septiembre 01, 2012

A dónde se van las palabras que no pronunciamos?




Hace tiempo vi un filme donde decía que cada vez que sufrimos un retraso o una pausa en nuestras actividades, como una caída de la red, un semáforo en rojo, es porque nuestro plan se está ajustando… Esa noche de luna llena tuve mi semáforo en rojo y ahí estaba él justo en el carril de al lado, volteé a verlo y me brindó la más espontánea de las sonrisas, doblé en la siguiente esquina y él dobló detrás de mí, bajé del auto y me saludó con un beso en los labios que me tomó por sorpresa, después de lo sucedido, después de aquel correo, después de tantas suposiciones y fallas de comunicación, no sabía que esperar. Ese beso me tranquilizó, nos quedamos a un costado del carro, me dijo cómo estaba, preguntó cómo me encontraba yo, trató de hablar del tema y no pude decir nada, y todas las palabras se quedaron atoradas y todas las preguntas que tenía se tornaron vagas, no supe cómo decirle todo lo que pienso, no encontré la manera de hacerle saber mis dudas, ni de saber lo que él piensa… Tenía frente a mí la oportunidad que tanto estaba pidiendo y lo único que pude hacer fue abrazarlo fuerte, él no dijo ni una palabra solo me rodeó con su brazo y ahí se quedó hasta que lo soltara, y no encontré el momento y no supe como propiciarlo, preferiría sentarme con él y hacerlo con calma con una taza de café o quizás mejor una copa que me despeje la mente para poder decirle todo lo que quiero, cómo es que me siento respecto a esto.
 Aún puedo sentir sus manos apretando mi espalda mientras lo besaba sin ganas de soltarlo, pregunté si volvería a verlo, me dio un firme “Sí” con esa seguridad que me desarma, pregunté si estaba seguro, “Confías en mí?” respondió y yo confío tanto en él que a veces no sé si eso es bueno.